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Quizás no lo sepas, pero, con cada zancada que das, estás protegiendo tu hígado
Correr es beneficioso para el corazón, el cerebro y los músculos, pero también para el hígado. El ejercicio físico evita el sobrepeso, lo que mejora el hígado graso, pero también se ha demostrado que incluso, sin que varíe el peso, hacer deporte mejora las transaminasas –enzimas hepáticas encargadas de trasladar grupos aminoácidos de un lado para otro para sintetizar y degradar aminoácidos no esenciales–y disminuye la cantidad de grasa en el hígado.
Un poco por azar, me eligieron para realizar un estudio sobre el hígado. Por azar porque no se basaron en nada, fue una elección aleatoria, soy una de los 2.640 participantes de diferentes centros de España, Francia y Holanda que participan en este estudio de investigación no comercial diseñado y desarrollado por el Consorcio FiSPlat, financiado por el programa europeo EIT Health (Instituto Europeo de innovación y tecnología). El promotor del estudio es la Fundación Clínic para la Investigación Biomédica (FCRB), Barcelona.
Me sometí a unas pruebas con dos dispositivos FibroScan®, una máquina especializada en ultrasonido de hígado. Sirven para medir la fibrosis (las cicatrices) y la esteatosis (los cambios grasos) del hígado. Los cambios grasos ocurren cada vez que se acumula grasa en las paredes del hígado.
El daño crónico sobre el hígado provoca inflamación y fibrosis y la acumulación progresiva de fibrosis durante un periodo de 20-30 años puede llevar a cirrosis. La cirrosis hepática es el estadio final de todas las enfermedades hepáticas crónicas y se asocia a una alta morbilidad y mortalidad. En general, los pacientes no se diagnostican durante la etapa de desarrollo de fibrosis porque no presentan síntomas y no necesitan atención médica, vamos, porque no se enteran que su hígado está sufriendo.
La existencia de fibrosis hepática es el principal factor que predice el resultado a largo plazo de los pacientes con enfermedad hepática crónica. No existen estrategias para la detección precoz de la fibrosis antes de que aparezca la cirrosis, su descompensación o la aparición de cáncer hepático. Esto es importante porque los tratamientos son menos efectivos en etapas tardías en comparación con las etapas tempranas de la enfermedad. Una de las cosas mejores del hígado es su increíble capacidad de recuperación, si una enfermedad hepática se detecta a tiempo. Los cambios en el estilo de vida pueden suponer una gran diferencia, tanto para prevenir esta enfermedad del hígado como para controlar o incluso revertir la enfermedad si se padece.
El FibroScan® dispone de una sonda emisor-receptor que se coloca entre las costillas a la altura del hígado y que emite una onda mecánica corta de baja frecuencia (50Hz). Esta onda de vibración se transmite dentro del tejido hepático a una velocidad que depende de la rigidez del tejido, siendo más rápida cuanto más rígido es el tejido. La velocidad es detectada mediante ultrasonografía por la misma sonda, y el software del aparato transforma la velocidad (m/s) en un valor de elasticidad (kilopascales o kPa).
Así, el resultado de la fibrosis se mide en kilopascales (kPa), el rango de valores de elasticidad que puede detectar el FibroScan® va desde 2 a 75 kPa. y los valores en individuos sin enfermedad hepática están entre 2 y 6. A pesar de que puedan existir pequeñas variaciones con respecto a diferentes etiologías, los estudios más extensos indican un valor de 7,6 kPa y 16,4 kPa como los óptimos para identificar fibrosis significativa y cirrosis respectivamente.
Por cierto, las mediciones de FibroScan no producen ningún dolor, la máquina está ahí durante 10 minutos dándote pequeños golpes en el lateral, ni siquiera es irritante.
Aunque cuido mucho mi alimentación, y no tomo ningún tipo de alimento ultraprocesado, no soy ninguna santa. Los fines de semana no me pierdo un aperitivo y cuando hay una cena con amigos, el vino vuela como si fuera agua. Tengo la suerte de no tener resaca, creo que casi nunca he dejado de entrenar por despertarme con la cabeza como un bombo y el cuerpo como si me hubiera pasado una apisonadora.
El caso es que en el estudio interpretaron mis análisis de sangre y me midieron la grasa del hígado y tenía un valor de 2,3 kPa. Vamos, que tengo un hígado de exposición. Puede ser por mi genética, por mi intensa práctica deportiva, por llevar una dieta equilibrada a pesar del esporádico capricho, o por la suma de todos esos factores.
Las transaminasas pueden subir si se hace un esfuerzo muy intenso, o si se toman anabolizantes; pero si entrenas con cabeza, lo normal es que el ejercicio físico las mantenga en su nivel.
La actividad física es uno de las mejores formas de controlar el peso y de esta forma a bajar el colesterol LDL. También puede ayudarle a aumentar el colesterol HDL, bajar los triglicéridos y mejorar el estado de su corazón y de sus pulmones. Además, ayuda a reducir la tensión arterial y el riesgo de diabetes. Y ahora sabemos que también es beneficiosa para el hígado.
Un estudio reciente publicado en la revista Molecular Metabolism sugiere que el ejercicio puede cambiar la función mitocondrial lo suficiente como para reducir el desarrollo de depósitos de hígado graso. Los investigadores alimentaron a ratones con una dieta alta en calorías para provocar el desarrollo de grasa en el hígado, y luego hicieron que algunos de ellos realizaran un entrenamiento en cinta rodante durante seis semanas. Al final de ese tiempo, los que habían corrido mostraban unas enzimas hepáticas más reguladas y una mejor actividad mitocondrial.
Todavía no hay medicamentos aprobados para esta enfermedad del hígado, por lo que la principal estrategia de prevención y tratamiento es hacer ejercicio y mantener una dieta saludable, que además es también beneficioso para el sistema cardiovascular, el músculo esquelético y la salud cognitiva.
Así que ya sabes, si quieres disfrutar de esa cañita esporádica y vivir muchos años con una salud de hierro, dale zapatilla.